La vida hecha carnaval

Hace poco tuvimos la maravillosa oportunidad de experimentar el Carnaval de Barranquilla, una de las fiestas culturales más importantes de mi país, declarada en el 2003 por la Unesco, como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.

Para nosotros, como Bogotanos, el fenómeno carnaval es todo un suceso y una extrañeza, pues en esta ciudad 2.600 metros más cerca de las estrellas, no celebramos ningún carnaval y no existe una fiesta que nos una a todos como une a los Barranquilleros la suya.

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Así, sin tener ni idea de lo que íbamos a vivir, viajamos a Barranquilla. Toda una sorpresa bajarse del avión y encontrarse con grupos musicales, bailarines y toda la energía del carnaval que desde este momento cero, nos invadía y hacía vibrar. P estaba absolutamente maravillada y debo aceptar que era muy emocionante, extrañamente emocionante.

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Estando en la ciudad, la inmersión fue total y no había manera de no sentirse impregnado hasta la médula de esta energía carnavalera, pues la ciudad entera respira carnaval. La vida, durante este lapso del año se vuelve carnaval. Todos hablan de lo mismo, organizan sus actividades alrededor de este suceso y se mueven con este ritmo fiestero.

Durante estos días fuimos a los desfiles en donde todos se unen para bailar, cantar, caminar, reírse, sudar y disfrutar de una fiesta que sienten propia y de la cual se sienten absolutamente orgullosos. La realidad, la tradición y la fantasía se mezclan en un río de personas, que acompañan sus movimientos con mucho alcohol, que hace menos estragos de lo que uno podría esperar, porque se suda bajo el sol abrasador que baña a todos a lo largo de más o menos 15 kilómetros. Vivirlo al interior, con los que caminan y bailan, debe ser toda una experiencia. Nosotros, que íbamos con P, lo vivimos desde los palcos laterales en los que también se vive una fiesta. La gente se rie, canta, grita,  come y celebra cada comparsa y con sus aplausos los acompaña en su desfilar. Ver bailar a todas estas personas, sus trajes típicos y disfraces, la mezcla de edades y orígenes económicos, los personajes típicos como las marimondas, los monocucos o los garabatos, la riqueza de sonidos, ritmos, colores, etc, es una experiencia que llega al corazón y emociona.

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Pero el carnaval no se vive solo en los desfiles. Durante los días que dura el carnaval, la ciudad se vuelve una fiesta, literalmente. Las calles se cierran, se decoran, la gente se encuentra, se disfraza, la música suena en cada esquina, los ritmos cambian pues todo el mundo está en pie hasta la madrugada y se levanta con letargo al final de las mañanas. Es, sencillamente imposible, no contagiarse de ese ritmo frenético.

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Nosotros, además de todo esto, teníamos un elemento más que hacía de este carnaval una experiencia inolvidable: la reina es de mi familia. Y nos hizo sentir orgullosos y felices, al verla tan comprometida y representar esa fiesta tan bien como lo hizo. Marcela Garcia Caballero, vivió el carnaval y nos hizo a todos vivirlo, como solo ella podía hacerlo, con alegría, inteligencia y compromiso social. Aprovechando esta plataforma para acercarse a todos los que, en todos los niveles, hacen esa fiesta posible y la gozan. Su slogan era “una sola gozadera” y así fue. Pero una gozadera inteligente, humana y responsable.

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Marcela no quería lucirse, quería lucir el carnaval. Sus prioridades no eran demostrar que era la más linda o la que mejor bailaba (aunque no podemos negar que estaba siempre divina y su forma de bailar dejaba a todos sin aliento). Sus prioridades eran hacer brillar una tradición cultural que le corre por las venas.
Vivimos un carnaval maravilloso, que recordaremos toda la vida. Nos sentimos orgullosos de nuestra tradición y de nuestra cultura, asi que Marce, lo lograste. Conseguiste que, durante los días que estuvimos en Barranquilla nuestra vida se volviera carnaval y conseguiste que el carnaval se luciera.

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