Hay que seguir

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Hace días que he estado pensando cómo acercarme a estas páginas virtuales, pues la situación actual de mi país, me ha tenido conmocionada y con la cabeza en otra parte. Pensé en escribir sobre cualquier otro tema, pero me pareció deshonesto hacerme la loca, hacer como si no pasara nada, como si no tuviera el corazón en la garganta y mis emociones a flor de piel.

No voy a hacer un recuento de lo sucedido en mi país. Quien esté interesado, vivo en Colombia, solo es indagar un poco en internet y estarán ampliamente enterados de lo que por aquí ha pasado, está pasando.. Yo, como siempre, me referiré a mi, a lo que ha pasado por mi mente y alma… muy personal, si. Pero no hay otra manera de hacerlo y ya no me asusta el compromiso que hablar en primera persona significa.

Después de los resultados del 2 de octubre, debo aceptar que quede devastada. La sensación de desesperanza, malestar, rabia, vergüenza, tristeza, dolor… era insoportable. Pero quizás, lo más duro fue hacer conciencia de la realidad. Encontrarme de pronto con la realidad del país en el que vivo, con la realidad de la gente que lo habita, con la realidad de un mundo que tiene cosas que me aterran, me desconciertan. Lloré largo y tendido tratando de entender lo que sucedía y lo que me sucedía. Tratando de encontrar las palabras para explicarle mis emociones a P, que a sus 8 años ya entiende mucho, pero no todo.

Mis lágrimas se fueron secando al compartirlas con otros, al descubrir que lo más emocionante de estos días difíciles, ha sido sentir a la gente activa, necesitada de rituales y espacios de expresión. Sentir a la gente interesada. Y eso, quizás, más que tantas otras posibles respuestas, ha sido lo que he tratado de transmitirle a P. Porque así es la vida, no siempre el mundo funciona como lo deseamos y hay que aprender a reaccionar frente a estos momentos grandes o pequeños y sobreponernos. Además, como mamá, tengo la responsabilidad, si no la obligación, de enseñarle que hay que seguir actuando, que hay que seguir soñando.

Porque no puedo enseñarle a perderse en la sensación de derrota.

Creo sinceramente que toda esta situación, está siendo una oportunidad de oro para transmitirle a muchos,   pero especialmente a los más pequeños, la importancia de los duelos, los rituales, la conciencia histórica, el valor de cada uno de los individuos en los procesos de muchos… Pese al malestar que me invadió hace días, y que no termina de irse, he decidido utilizarlo como catalizador y convencerme de que hay mucho por hacer. Seguir creyendo en las pequeñas acciones cotidianas que construyen comunidad, que nos permiten crear lazos afectivos en un país que tanto los necesita. He decidido seguir soñando y comprometerme cada vez más en mis actos, mis palabras, mi día a día.

Y como creemos en los pequeños grandes actos, en estos últimos días hemos hecho parte de diferentes manifestaciones de estos. Rituales en los que hemos decidido participar, porque creemos profundamente en el poder sanador de los mismos. Rituales que hemos hecho junto a P, porque estamos convencidos de lo importante que es para los niños experimentarlos y sentirlos. Rituales y acciones que nos han permitido hacerle el duelo a este encuentro con la realidad que nos dejó con tanto malestar y que nos han dado la oportunidad para expresarnos más allá de las palabras, más allá de los discursos y prejuicios, y por el contrario más cerca a las emociones y a las personas, a la realidad de las pequeñas cosas que es en donde se han tejido las huellas de un conflicto que parece que no, pero nos ha afectado a todos.

Así entonces, pusimos velas y telas blancas en nuestro balcón, para expresar que queremos soñar con el inicio de una paz, que no se conseguirá inmediatamente, que no será la solución a todos los problemas, pero que sí será el primer paso para volver a creer en que los cambios son posibles.

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Como muchos otros, personajes anónimos, ofrecimos nuestro tiempo y nuestros pensamientos, guiados por la artista colombiana Doris Salcedo, a miles de víctimas de este conflicto armado tan eterno que ha vivido nuestro país, y cosimos junto a desconocidos, telas y telas con los nombres de las víctimas escritos con cenizas en ellas, creando una inmensa tela blanca que cubrió la plaza de Bolívar, para que esas víctimas, y las que no quedaron escritas, no cayeran en el olvido.  

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Marchamos en silencio durante varias horas para pedir por la continuación de un sueño, para exigir que este momento de incertidumbre no se prolongue en el tiempo y se llegue a decisiones pronto, para expresarle a todos los que han sido víctimas de esta guerra que estamos juntos en esto.

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Si algo he aprendido en estos días, es a no dejarme vencer por la desilusión y la tristeza y entender lo que tan fácil suena cuando no nos afecta: el valor de las pequeñas cosas y la importancia de seguir creyendo en ellas, de seguir soñando con que los cambios son posibles y que hay que seguir trabajando en ellos.

Un paso a la vez.

Si. Hay que seguir.