Malibu
A estas playas hay que ir con tiempo y sin afanes. Nosotros empezamos el día destinado a Malibú de la mejor manera, con un brunch en el Malibu farm Cafe, en el muelle. El sitio es espectacular y la comida no se queda atrás. Y claro, terminamos con la barriga llena, el corazón contento, el alma inspirada y el libro, el frasco y la botella que venden en el café en la maleta!! Y eso que nos contuvimos, porque también vendían camiseta, delantales, etc… Definitivamente habría querido probar muchas más cosas de la carta, pero el estómago no daba para tanto.
El resto del día lo pasamos en la playa El Matador, a donde, como muchos de los lugareños, llevamos una buena bolsa de picnic para, después de dejarnos revolcar por olas heladas, comer a gusto frente al mar.
Anaheim packing district
Otro lugar que vale la pena conocer es el Anaheim packing district, un espacio recuperado que ofrece una cantidad enorme de restaurantes para elegir y compartir. El mejor consejo es que cada uno pida en un lugar diferente y luego todos prueben de todo. Agradable, bonito, tranquilo… un buen lugar para ir a almorzar y de ahí salir a seguir descubriendo la ciudad.
De regreso a Los Ángeles ciudad: Art District
El último día de nuestras vacaciones lo destinamos a esta especial zona, llena de encanto y pequeños lugares para descubrir. Otro ejemplo de un territorio industrial convertido en espacio para el arte y la creatividad a todo nivel, en donde nos conquistaron sus pequeñas tiendas, galerías, cafés y restaurantes.
Aquí lo hicimos todo al revés, empezamos por los postres, dejándonos tentar, los más pequeños por los helados orgánicos de Van leeuwen y los mayores por The Pie Hole, en donde me pareció encantadora la simpleza del local, lo cual realza aún más la delicia de sus pies. Y terminamos por el plato fuerte, en un maravilloso lugar de salchichas artesanales para chuparse los dedos: Wurstküche. Creímos que era un lugar chiquitico y que tocaría comer caminando por la calle, pero nos sorprendió descubrir que un largo corredor que salía desde la extraña zona de pedido (pequeñita y de forma triangular) desembocaba en una amplia estancia con mesas largas para compartir, cubiertas de papel kraft, para comer sin preocuparse de manchar y divertirse pintando sin límites con crayolas.
Así, terminaron las vacaciones, las manos untadas de mostaza, la mesa llena de dibujos, la cabeza a reventar de ideas y proyectos y el corazón y el alma felices por todo lo vivido, por todo lo compartido con quienes queremos. Bueno claro y algún kilo de más que nunca falta. Pero como dicen por aquí “que me quiten lo baila´o”.
Definitivamente viajar y conocer nuevos lugares será siempre una maravillosa inversión para enriquecer nuestro mundo propio.